jueves, 13 de septiembre de 2012

Semblanza de Jacobo Sureda [1]


Por Carlos García (Hamburg)


Los Sureda eran una familia acomodada y de excelente reputación en la isla. El padre de Jacobo, don Juan Sureda Bimet (1873-1947), des­­pilfarró ya antes de 1917 una gran fortuna haciendo de mece­nas a escritores y artistas. Acogió en su Palacio del Rey Sancho (Vall­­­­demosa, contiguo a la Cartuja que albergara a Chopin y Geor­ge Sand en el siglo XIX) a políticos, escritores, pintores y músicos –entre ellos a Lord Chamberlain, Thibaud, Wanda Landowska, Sar­gent, Anglada-Camarassa, San­tiago Rusi­ñol, Joa­quim Sorolla, Mau­rice Barrès, Joaquim Mir, Antonio Maura, Azo­rín, Ru­bén Darío (dos veces), Unamuno (en 1916; Pilar Montaner hizode él un retrato al óleo), Eugenio d'Ors (“Xe­nius”), Jorge Guillén (1921) y a muchos otros “grandes” loca­les o ex­tranjeros, no siempre para be­ne­plácito de la familia. Se ocupó, como casi todo mallorquino culto, de la obra del místico Ramón Lull, héroe local que también intere­sa­ría, más tarde, a Borges. Es­cri­bió una Noticia histórica sobre la obra y la vida de Rubén Darío y llevó un Diario (inédito, hasta donde alcanzo a ver), con no­­ticias interesan­tes sobre las so­na­das estadías de Rubén Darío en su casa.
Rubén, a su vez, retrató favorablemente a Sureda padre bajo el nom­­­­bre “Luis Arosa” en El Oro de Mallorca (novela inconclusa pu­bli­cada por entregas en La Nación de Buenos Aires, entre 1913-1914), a quien con­si­deró un "gentil homme y profundo lu­lista".[2]

Unamuno lo menciona repetidas veces en Andanzas y visiones españolas; Azo­rín, en Verano en Mallorca; Mario Verdaguer, en La ciudad desva­ne­cida (la traducción cata­lana, La ciutat es­vaïda, incluye foto de los padres de Jacobo); Jorge Gui­­llén, que lo había visitado con suesposa, lo recuerda breve­men­te en su corres­pon­dencia con Pedro Sa­linas. La biografía de don Su­reda, sin em­bar­go, está por hacer. 

La madre de Jacobo, Pilar Montaner Maturana (1876-1961) fue a su vez una notable pintora de paisajes, de estilo modernista. El poe­ta Adriano del Valle (1895-1957), colaborador de Grecia y amigo de Borges, la cita en su “Epístola al poeta Rogelio Buen­día” (Gran Guignol 1, Sevilla, 10-II-20, 4 – Borges colaboró también en esa revista). Conjeturo que del Valle había pere­gri­nado a Valldemosa, siguiendo las huellas de Rubén Darío, como tan­tos otros poetas españoles e hispanoa­meri­canos antes que él. Da­­río ha­bía mencionado a Pilar Montaner en su poema “Los oli­vos” (dedicado a su esposo), y en el citado texto de la Auto­bio­grafía con­firma: “pinta admi­ra­­blemente y le ha arrancado a los olivos su ade­mán de muertos de­­seosos de cla­mar al cielo sus misterios y enig­mas”. Aparece en El Oro de Ma­llor­ca bajo la figura de “María”, “ar­tis­ta gentil y madre in­fa­ti­gable”.
Esta última clase de epítetos se con­vertirían en lugar común al hablar de ella. Borges mismo re­curre al tópico, en carta inédita de junio de 1920: “charlo con un pintor sue­co [Sven Westman] y un muchacho tuberculoso Su­re­da (hijo de la pin­tora de quien José Francés[3] dijo: ‘fecunda como ma­dre y como ar­tista’ = tiene una docena de vástagos y una enor­midad de pai­sajes de Valldemosa)”.
En efecto, aparte de Ja­cobo, los Sureda tu­vieron 10 hijos, entre ellos Pazzis (1907-1938, es­cul­tora y dibu­jante, que tam­­bién escribió algunos poemas),[4] Pe­dro (1909-1983, paisa­jista y ca­­ricaturista, miembro del "Grupo de los Siete") y El­vira (1903-1922), que parece haber sido de una gran sen­si­bi­lidad.
El hogar de los Sureda endulzó las opresiones de la tradición y de un ceñido cato­li­cismo, y más tarde las de la casi pobreza, con una muelle vena artística, que permitió a los niños crecer en compañía de escritores y pintores famosos en esa época, que no siempre dieron buen ejemplo (Darío, que tenía graves problemas con el alcohol, es la mejor muestra de ello).
Al joven Jacobo lo emocionaba, según se desprende de apuntes guardados en el archivo familiar conservado por su hija, Pilar Sureda Sackett, pensar en las celebridades que habían pasado por su casa. Esa actitud dejaría paso, al correr del tiempo, a cierta amargura, según se desprende de su corres­pon­den­cia con los padres. El precio pagado por el mecenazgo fue una ne­ce­sidad no siempre ba­lanceada por el agradecimiento. Tal el ca­so, por ejem­plo, del pintor sueco Sven Westman, quien asisitió por años regular­mente a comidas en la casa de los Sureda, y desa­pa­reció de Mallorca, sin des­pe­dirse, hacia 1929.
A fines del siglo XIX, aproximadamente, renace entre los ca­tala­nes el na­cio­nalismo, que también alcanzó a los mallorqui­nes. El uso del idioma nativo se convirtió en uno de los símbolos prepon­de­rantes de ese resur­gimiento (“Renaixença”), que se extendió a la arquitectura y a las demás artes. Los Sureda no se adhirieron a ese movimiento, y permanecieron his­panoparlantes. Emilia, una de las tías de Jacobo, sin embargo, compuso al filo del siglo y, según se cu­enta, a instan­cias de una amiga, poemas en ca­talán, que serían publicados póstu­mamente en forma de libro, para “ver­güenza” de la familia. Algunos de ellos aparecieron en la mode­rada revista Balea­res, la misma en que haría su debut palmesano Jorge Luis Borges en 1920, precedido por su hermana Norah en 1919. Ja­cobo, por su parte, llegó a dominar el ca­talán, según demues­tran algunas cartas de mediados de los años 20, entre otros a Lorenzo Villalonga (uno de los pocos autores ma­llor­quines que alcanzaron cierta difusión en el mercado hispanopar­lante), pero no lo utilizó en sus tra­bajos literarios.
Nacido en 1901, Jacobo Sureda había emprendido estudios de in­ge­­niería naval en Ma­drid, que debió abandonar hacia 1917 debido a la enfermedad pulmonar que terminaría matándolo. De una carta que Borges le enviara en julio de 1921 (Cartas del fervor, N° 28) se desprende que Ja­cobo lamen­taba no haber tenido una formación más amplia, de ten­dencia huma­nística.
Debido a su dolencia, y por consejo de médicos que no necesa­ria­mente sabían cómo aliviarla, Jacobo pasó varias temporadas fuera de la casa fa­miliar. Varias en el ex­tranjero (Sankt Blasien, Selva Negra, Alemania), alguna en la sierra de Guadarrama, otra en la isla Cabrera, cercana a Ma­llor­ca, y al menos una vez, en el verano de 1920, en una casu­cha que el clan poseía en el Teix, monte cercano a Valldemosa. 
Por allí ha­bía pasado años antes el adusto Unamuno, quien, según cuenta la leyenda, ante la segura­mente bulliciosa prole de los Sureda, abrió su ánimo y divirtió a los niños haciendo pajaritas de papel. Tam­bién Euge­nio d'Ors pa­saría más tarde por el Teix, para verse anonadado por poemas ul­traístas que le recitara Jacobo. En el archivo fa­miliar hay mi­sivas de ambos.[5]

Jacobo Sureda
 
Quien gozaba de la mayor confianza de Jacobo dentro del núcleo fa­miliar parece haber sido su hermana Elvira, enferma del cora­zón y los pulmones, que compartió los inte­reses literarios y artísticos de su her­mano, sin des­collar en alguno de esos cam­pos. Tan estrecho era su vínculo, que la familia no se atrevió a comunicarle a Jacobo su temprana muerte (ocurrida el 11-X-22), que éste debió adivinar de a poco.[6] Con los demás miembros de la familia, la relación de Jacobo parece ha­ber sido más tensa o menos entrañable. Subsis­ten algunas notas ma­nuscritas, que lo muestran cáustico y pun­zan­te, quizás como efecto de los dolo­res que padeciera. Alguna carta a su madre, fechable hacia 1922, trasluce su propósito de colaborar en la prensa palmesana, intención que no encontró la apro­bación in­mediata de doña Pilar, pero que fue de todos modos puesta en práctica.
Antes de ello, a comienzos de la década, el introvertido auto­di­dacta pasó una época sin mayores sobresaltos literarios, has­ta que cono­ció a Borges. A instancias de éste, por entonces un inquieto y ague­rrido temperamento, Sureda escribió a la redac­ción de la revista Grecia, donde ya habían aparecido algunos textos de Borges. El di­rector, Isaac del Vando-Villar, le res­pondió con carta del 18-VII-20, conservada en el archivo fami­liar. De ella se desprende que Su­reda envió algunos versos e hizo valer la intimidad que su familia había tenido con Rubén Darío, héroe de toda una generación de poetas, tanto en España como en América.
En alguna carta, Borges alude con orgullo a Jacobo Sureda, como a un pro­sélito que ha ganado en Mallorca para la causa del “Ul­tra”. Ese proseli­tis­mo se repetirá con “Maurice Claude” (seudó­nimo de Maurice Abramowicz, su amigo ginebrino),[7] y con Clotilde Luisi, una poeta uru­guaya que Bor­ges conocerá en 1921, en el vapor que lo transportara a Buenos Aires. 
Juntos, y apoyados por Juan Alomar (hijo del influyente pensador y po­lí­tico mallorquín Gabriel Alomar) y el cantante de ópera y crí­tico José Luis Moll (que usaba el seudó­nimo “Fortunio Bonanova”), así como por otros menos descollantes, los jóvenes poetas ultra­ístas despabilarían la amo­dorrada vida cultural de la isla.
La Palma de aquella época era una ciudad recoleta y conserva­dora. Pri­maba, pues, la incomprensión para esta clase de “exce­sos”, pero eso no hacía más que confirmar y acicatear a los ex­altados mucha­chos, que sólo buscaban tener motivos para publi­car revolu­cio­na­rios poemas y duras diatri­bas en los periódicos que se atrevían a publi­carlas. Al comienzo, las relaciones entre los popes culturales de Palma y el ultraísmo habían sido relativamente corteses; hubo in­­cluso reseñas más o me­nos amistosas (si bien poco com­pren­si­vas) de trabajos de Norah Borges, la musa y la prin­cipal ar­tista plás­­­tica del primer movimiento Ul­traísta. Pero esa cal­ma no podía pros­pe­rar, ya que el nuevo arte preci­saba, cuando menos en opinión de Bor­ges, contrin­can­tes para alcanzar difusión.
Poco después de la publicación de dos manifiestos, de algunas diatribas pú­blicas con críticos literarios o artísticos, de algunos po­e­mas y de ensayos, Borges debe marchar con su fa­milia a Buenos Aires, vía Barcelona. El último día en Valldemo­sa, a fines de febrero de 1921, lo pasaron Jacobo y él decla­mando poesías, tanto propias como de Adriano del Valle, el ya citado ultra­ísta sevi­llano.
Ya en Argentina, Borges aludirá a esa despedida de Jacobo con mal cifrada emoción, en su artículo “La nadería de la persona­lidad”: Proa 1, Buenos Aires, agosto de 1922 (reproducido, con variantes, en Inqui­si­ciones, 1925). En el mismo año 1921, Borges comenzó a publi­car textos de Sureda en sus revistas porteñas, a partir de Pris­ma; la correspondencia entre ambos versa a menudo sobre ello.
Sureda fue también uno de los amigos españoles a quienes Borges remitiera su primer poemario, Fervor de Buenos Aires (1923), con una dedicatoria sorprendentemente sobria: “Fraternalmente, a Ja­cobo Sureda. Jorge Luis.” (Antonio Fernández Molina: “Borges, en Mallorca”: Arbor 328, Madrid, abril de 1973, 110).[8]
A Sureda parece no haberle gustado mucho Fervor. De una carta que Borges le enviara desde Ginebra hacia septiembre-octubre de 1923 (Cartas del fervor, N° 40), se desprende que Jacobo lo había criticado en mi­siva a Abramowicz. Sureda, de los dos el más escéptico o el menos pro­penso al entu­siasmo, había comenzado a separarse ya en 1921 de los su­puestos del ul­traísmo, y terminaría por abjurar de la poesía en general, para dedicarse a la pintura. Borges no había sido ni era or­todoxo (el contenido de Fer­vor lo confirma), y por eso coincidie­ron, por esta época, en algunos aspectos de la crítica, aunque no en las conclusiones a sacar de ella. Por desgracia, no po­demos se­guir ese debate segura­mente apa­sionante e instructivo, ya que faltan to­das las misivas de Sureda a Borges y a Abra­mowicz, y va­rias de las que Borges remitiera a ambos. Por lo que se puede apreciar a tra­vés de las cartas de Sureda a otros corresponsales que han so­bre­vivido, Jacobo es­cri­bía más largo que Borges, y sin temor de decir sus opiniones franca­mente. Es de la­mentar que sus misivas no sean accesi­bles.
Por lo demás, también Sureda se vio obligado a abandonar la isla, por cuestiones de salud. Hacia 1921 se trasladó a un sa­natorio en Leysin, cerca del Lago Leman (Suiza). Desde allí, así como a partir de febrero o marzo de 1922 desde St. Blasien (Selva Negra, Ale­mania), envió varias cola­bo­raciones a periódi­cos palmesanos. A partir de 1924, remitió al periódico El Día (Palma) una veintena de crónicas desde Alemania e Italia (entre ellas, en 1925, la tem­prana y poco difundida reseña de Inqui­siciones, de Borges).
En febrero de 1926 organizó, en la Asociación para la Cultura de Mallorca (Palma), una lectura de sus poemas. En ella habló de Bor­ges, a quien calificó de “buhonero de imágenes”. Los poe­mas que leyó fueron plau­sible­mente algunos de los que apare­cerían en oc­tubre de 1926 en su único libro: El prestidigitador de los cinco sen­tidos, en 300 ejemplares compuestos por él mismo en los talleres de Joseph Weissenberger (St. Blasien; fue reedi­tado por Carlos Meneses en 1985).
Notablemente, Sureda no incluyó en el libro los poemas apareci­dos en Grecia; por lo demás, la suma de versos era bastante dispar, y no respondía del todo al ideario ultraísta ni a algún otro espe­cífico. Ignoro por qué el libro no se puso a la venta inmediata­mente, sino recién dos años más tarde (1928), en la librería Tous de Pal­ma.
La impresión del libro parece haber marcado un límite: a partir de 1926, Sureda ya no publicará poesía. Llama la atención, por eso, el que al pre­sen­tarse a la galerista Johanna Ey en Düsseldorf (Alemania) a fines de 1926, le presente una orgullosa tarjeta que rezaba: “Jacobo Sureda – poeta”.
Paralelamente a su tra­bajo co­mo columnista, se dedicó con es­pe­cial ahínco a las artes plásticas, que venía practicando desde años atrás (15 de sus xilo­grafías inéditas hasta ese momento, fueron publicadas en 1971 por su hija Pi­lar; en el 2011 se hizo uan exposición con sus obras en Madrid, Centro de Arte Moderno; Catálogo aparecido en Del Centro, Editores).
En cuanto a la vida posterior de Sureda, dispongo apenas de algunos datos muy su­perficiales, que registro a continuación:
En 1927, se casa, en París, con la pintora norteamericana Elea­nor Sa­ckett. El par se radica en Mallorca. Jacobo recibe la vi­sita de la galerista alemana Johanna Ey (1864-1947), con quien recorre la isla (cf. el diario de ésta, pu­blicado en Am Anfang: Das Junge Rhein­land. Zur Kunst und Zeit­ge­schichte einer Region, 1918-1945. Düs­seldorf: Claasen, 1985, que contiene también, en p. 340, una breve semblanza de Jacobo escrita por su hija Pilar. Allí apa­re­cen algunas fotos de Jacobo –entre ellas una de los años 20 en Schwarz­­wald (Selva Negra)– y varios dibujos o postales, así como, en p. 88, un retrato de Ey y Sureda apare­cido en Der Querschnitt 12, Berlin, diciembre de 1928. Otras cartas de Sureda a “Mutter Ey” han sido pu­blicadas por Anette Baumeister).
En 1928, su cuadro “La verdadera luz” es selec­cionado, con los de otros artistas, para la Misión de Arte en Ar­gen­tina, muestra colec­tiva de pintores mallorquines o residentes en la isla, or­ga­nizada por Juan Alomar y Miguel Angel Colomar, que habían pertenecido, a comienzos de la década, al cír­culo de amigos ma­llorquines de Borges. La obra fue adquirida en mil pe­setas el primer día de la ex­posición por Ramiro de Maeztu, en esa época flamante embajador español en Buenos Ai­res, sim­pa­ti­zante de la dictadura que asolaba a su país. (La “Expo­si­ción de pintura de Mallorca” tuvo lugar en los salo­nes del Retiro de Buenos Aires; cf. la crítica rese­ña de Roberto Cu­gini, sin men­ción de Su­reda: Nosotros 230, Buenos Aires, julio de 1928, 124).
En 1931 Sureda sufre una nueva intensificación de la enferme­dad. Debe in­te­rrumpir sus actividades artísticas, y reposar en el sanato­rio del Montseny. En octubre de 1931 pasa a Locarno. A comienzos de 1932 se organiza una expo­sición de su obra gráfica en las Gale­rías Cos­ta (Palma, fundada en 1928). Ese mismo año viaja a los Estados Unidos con su es­po­sa, donde la galería de Ma­rie Sterner (New York) expone su obra. (De esa época será su pro­sa “Lo que me pasó en Nueva York”: El presti­di­gitador..., ²1985, 97-103, aunque la leyenda fami­liar cuenta que el texto fue escrito antes del viaje).
El 7-VI-1935, Jacobo, apodado Pitín por su familia y sus amigos (so­bre­­nombre que no debió agradarle), murió de tubercu­lo­sis pul­mo­nar. Uno de sus amigos mallorquines diría años más tar­de: 
Lo curioseó todo; dejó más orientaciones que obras rea­lizadas. Se antici­pó a su época, amoldó su vida a las pre­muras del tiempo. Era ante todo un pintor lleno de poesía, un grande, un interesantísimo pintor, cotizado en Alemania y en Norteamérica. Nos ha dejado versos llenos de inge­nio, que él no valoraba. Su agilidad era sorprendente. (Lo­renzo Villalonga, en un catálogo de exposición, Galería Costa, Palma de Mallorca, 1970) 
Una carta de Borges al poeta Adriano del Valle (sin fecha, pero plau­siblemente del 21 de febero de 1921; el manuscrito se conserva en Madrid), sugiere que la últi­ma vez que se vieron Jacobo y él, ambos estaban em­briagados de poe­sía, que reci­taron a voz en cuello por las sierras de Vall­demosa:
Te escribo a vísperas de abandonar Mallorca. Como presintiendo mi fuga, todo se vuelve desdibujado y lejano = las calles son re­cuer­­dos borrosos de las calles, las chicas en los paseos son como an­­tiguas novias olvidadas y hasta el sol parece un ga­rabato ta­tua­do en el azul. Ayer estuve en Valldemosa = ante tus olivares y tus montes y el estandarte de tu Mediterráneo allá lejos, leímos Sureda y yo el “Novilunio de Amor”[9] y “El Salomón Magnífico”[10] y lo de la “Piel de Tigre clavada en las Estrellas”[11] y nos alcoholizamos de imágenes y de sonoridad...
En una versión pública de esa despedida de 1921, Borges es algo más circunspecto (“La nadería de la personalidad”: Proa 1, Buenos Ai­res, agosto de 1922, 1-2; difiere del texto publicado 1925 en In­qui­si­cio­nes):
El yo no existe.[12] Allende toda posibilidad de sen­tenciosa tahurería, he tocado con mi emoción ese desengaño en[13] trance de separarme de un com­pañero. Retornaba yo a Bue­nos Aires y dejábale a él en Ma­llorca. En­trambos comprendimos que salvo en esa cercanía men­tirosa o distinta que hay en las cartas, no nos en­contra­ríamos más. Aconteció lo que acon­tece en tales momentos: Sa­bíamos que aquel adiós iba a so­bre­salir en la memoria, y hasta hubo etapa en que intenta­mos adobarlo, con ve­hemente despliego de opi­niones para las añoranzas venideras. Lo actual iba alcanzando así todo el prestigio y toda la indeterminación del pasa­do... 
Pero encima de cualquier alarde egoísta, voceaba en mi pecho la volun­tad de mos­trar por entero mi alma al amigo. Hubiera querido desnudarme de ella y dejarla allí palpitan­te. Seguimos conversando y discutiendo, al borde del adiós, hasta que de golpe, con una in­sospechada firmeza de incer­tidumbre, entendí ser nada esa persona­lidad que solemos tasar con tan incom­patible exorbitancia. Ocu­rrióseme que nunca justificaría mi vida un instante pleno, abso­luto, contenedor de todos los demás, que todos ellos serían eta­pas provisorias, aniquiladoras del pasado y encaradas al porvernir, y que fuera de lo episó­dico, de lo presente, de lo cir­cunstancial, no éramos nadie. Y abo­miné de todo mis­teriosismo.
Aunque tuve acceso, en su momento, al archivo póstumo de Jacobo Sureda, no hallé en él ningún documento que me permitiera desentrañar una alusión de Borges, contenida en “La metáfora” (Cosmópolis 35, Madrid, no­viem­bre de 1921; Textos recobrados, 1997, 117). Borges cita allí dos versos de Sureda (“Era la rebelión de una mañana / y cantaba la luz como un clarín”), que no figuran en ninguno de sus trabajos publicados, ni cons­tan en el archivo póstumo del malogrado poeta.
Si bien la correspondencia entre ambos duró, al menos, hasta fines de 1926, los amigos no parecen haberse visto luego de la se­para­ción a fines de fe­brero 1921, a pesar de que Borges volvió a Euro­pa de julio de 1923 a julio de 1924.
Quizás sea “marginalidad” la palabra que mejor defina la vida y la obra de Jacobo Sureda. Enfermo entre “sanos”, mallorquín entre es­­pañoles o cata­lanes, español entre alemanes y franceses, pintor entre poe­tas, poeta entre pintores...

(Hamburg, 1999-2012)
Bibliografía
Borges, Jorge Luis: Cartas del fervor. Correspondencia con Mau­rice Abramowicz y Jacobo Sureda (1919-1928). Pró­logo: Joa­quín Mar­co. Notas: Carlos García. Bar­ce­lona: Galaxia Gu­tenberg / Cír­culo de Lec­tores / Emecé, 1999.
García, Carlos (1998): “Borges y Maurice Claude / Abramowicz. Dos traducciones desconoci­das”: Variaciones Borges 6, Aarhus, julio de 1998, 221-226.
García, Carlos (1999): “Borges en España: Bibliografía 1919-1926”: Revista Interame­ricana de Bi­blio­grafía / Inter-American Review of Bibliography XLIX, 1-2, Wa­shing­­­ton, 1999, 3-11.
García, Carlos (2000a): El joven Borges, poeta (1919-1930). Buenos Aires: Co­rre­gidor, 2000.
García, Carlos (2000b): Macedonio-Borges. Correspondencia 1922-1939. Crónica de una amistad. Macedonio Fernández / Jorge Luis Borges. Co­rrespondencia 1922-1939. Crónica de una amistad. Edi­ción y notas: Carlos García. Buenos Aires: Corre­gidor, 2000.

Notas

[1] Esta semblanza del amigo juvenil de Jorge Luis Borges no hubiese sido po­sible sin los trabajos de algunos predecesores: La mayor parte de los datos sobre la familia Sureda proceden de publicaciones de Fran­cisco J. Díaz Castro / Damiá Pons i Pons y de María del Car­men Bosch Juan, estudiosos baleares, así como de Carlos Meneses, escritor y pe­rio­dista peruano radicado en Palma de Mallorca. También las char­las con algunos de ellos fueron amenas e interesantes. Por fin, agra­dezco a Pilar Sureda Sackett el haberme permitido ver y estu­diar el importante archivo de su padre.

[2] Autobiografía, LXV, "Posdata, en España" [1915]. Madrid: Mondadori, 1990, 129.

[3] José Francés (1883-1964): Periodista, crítico de arte, confe­ren­ciante, cuen­tista, autor de teatro y traductor madrileño. Seu­dónimo: "Silvio Lago". Escribió novelas de crudo na­turalis­mo, mez­clado con rasgos decadentistas o elementos fantásticos, que pueden ha­ber influido en el joven Borges.

[4] Dos aparecieron en la revista Brisas, Palma de Mallorca, noviembre de 1935.

[5] Véase mi breve trabajo “Sureda y Xenius (1920-1926)”: Carlos Meneses, ed.: Jacobo Sureda, cien años. Palma de Mallorca: Calima / Ajuntament de Palma, 2001, 63-68.

[6] Casi año y medio antes, Borges había dedicado a Elvira un poema: “Distan­cia (A Elvi­ra Sureda Montaner)”: Ultra 9, 30-IV-21. Quizás haya estado ena­mo­rado de ella; cf. su prosa poética“Mallorca”: El Día, Palma, 21-XI-26; Textos recobrados, 1919-1929. Buenos Aires: Emecé, 1997, 272. (El texto es seguramente muy anterior a su publica­ción.)

[7] Véase mi trabajo “Borges y Maurice Claude / Abramowicz. Dos traducciones des­conoci­das”: Variaciones Borges 6, Aarhus, julio de 1998, 221-226.

[8] Más elaborada es la dedicatoria que inaugura Luna de Enfrente: “al gran ami­go e igual poeta Pitín Sureda mando esta luna / que, como la otra que está en los cielos, irá desde la / pampa a las mon­tañas, de mi patio criollo a sus olivares – Jorge Luis” (la he visto gracias a Pilar Sureda Sackett). Se sabe, igualmente, que Borges le remitió Inqui­si­ciones; el ejem­plar fue pres­tado por Sureda a un amigo de nombre Aguiló, que no parece ha­ber­lo devuelto (ello se desprende de unas notas iné­ditas de Sureda, del año 1926.)

[9] “Novilunio de amor (A Norah Borges, dominadora Vésper divina que impri­me la huella de su sandalia sobre el Mediterráneo que hay en mi corazón...) [Alba lluviosa. Cantos del Hiperionida. Atarde­cer de lluvia. Lluvia y sol. Angus­tia. Reloj de cuco. In­terroga­ción a los pinos]”: Grecia 37, Sevilla, 31-XII-19, 7-8.

[10] “El Salomón magnífico” (parte de “Tarde en el litoral (A Jorge Luis Bor­ges...)”: Grecia 38, Sevilla, 20-I-20; véase qué poesía entusiasmaba a Borges por estas fechas: “La Sula­mita tiene el sexo dormido / junto a los pebeteros / y el Sa­lomón magnífico / encierra en una estancia seis luce­ros. / Se derrama la miel de las estrellas... // Se enciende el candela­bro del Cantar. / Y el Salo­món magnífico / duerme sobre las se­das de Bag­dad...”.

[11] “Trofeo sideral” (parte de “Tarde en el litoral (A Jorge Luis Borges...”): Gre­cia 38, Sevilla, 20-I-20: “Hay una piel de tigre / clavada en las estrellas // ¡Si­rio, Proción, Anta­res, Aldebarán, Capella! / Hay una piel de tigre / clavada en las estrellas!”

[12] El yo no existe. 1ª; No hay tal yo de conjunto. 2ª

[13] 1ª trae aquí, por errata, una línea que corresponde unos renglones más abajo, donde vuelve a aparecer (“mente despliego de opiniones para las”). Completo la frase que pre­su­mo original según Inquisiciones, desde aquí hasta “compa­ñero”.